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miércoles, 1 de febrero de 2017

Osvaldo Soriano: indispensable para entender los años 90

Una mirada actual al novelista que mandaba en los años 90, el que fue bestseller con cada una de sus siete novelas. 
A 20 años de su muerte.
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por Ulises Rodriguez
“Si el fracaso me llegara pensaría que el momento pasó y que la sociedad cambió. A los escritores se los puede llevar el viento, en general, en un cambio de sociedad”. Osvaldo Soriano dijo esta frase en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA en 1996, en una charla con los alumnos, que hace una década suscitó una polémica tardía. El hombre que decía haber entrado a la literatura “por la ventana” se formó en las redacciones de Primera Plana y el diario La Opinión. Publicó siete novelas -entre ellas, Triste, solitario y final (1973), No habrá más penas ni olvido (1978) y A sus plantas rendido un león (1986)-, seis recopilaciones de crónicas y relatos, un cuento para niños, libros en colaboración y prólogos para otros escritores.
A 20 años de su muerte, el 29 de enero de 1997, la obra de Soriano es leída hoy desde otro lugar. Restaría saber si el autor que supo ser el argentino que más vendía en los 90, conoció el fracaso: tan recurrente en sus personajes y tan temido por él.
¿Cuál sería la vara para medirlo? ¿Las ventas de sus libros? ¿El reconocimiento de sus pares? ¿Los homenajes? ¿La influencia en autores de nuevas generaciones?
Los libros de Soriano se siguen vendiendo. No es la cifra altísima de los 90 y no todas sus obras, publicadas por Seix Barral, se consiguen en las librerías. “El año pasado habremos vendido no más de 10 ejemplares de Soriano. En gran parte no está disponible desde la editorial”, explica Ezequiel Leder Kremer, director de la librería Hernández.
En contraste, Armando Lucas, dueño de librería Lucas, dedicada a saldos y usados, revela que “apenas cae un libro de Soriano se vende, no duran ni una semana; y cuando están en saldos la venta es inmediata”. Ambos coinciden en que el libro más buscado es Artistas, locos y criminales, una reedición de artículos periodísticos.
El autor tenía tanto éxito que en 1995 la editorial Norma pagó 500.000 dólares por toda su obra. Tras sumuerte las ventas declinaron: en 2003 Seix Barral se quedó con los derechos por 120.000 y lanzó una reedición con prólogos de distintos autores y nuevas tapas. Participaron Tomás Eloy Martínez Osvaldo Bayer, Eduardo Galeano y Miguel Rep, entre otros.
Hoy, el reconocimiento sigue intacto en sus lectores. La biblioteca y la sala de prensa de su querido Club San Lorenzo de Almagro, una plaza en la ciudad de Tandil -donde vivió parte de su juventud-, un centro cultural y un concurso literario en Mar del Plata, donde nació, también le rinden honor. Y hasta el club italiano Osvaldo Soriano Football Club, fundado por escritores, le rinde tributo.
Tal vez sea más difícil encontrar escritores que lo invoquen en la actualidad. Se puede definir el estilo de Soriano como un grotesco cargado de humor, con reminiscencias del policial negro en sus tramas.
La suya es una visión política de ideología marcada, de aventuras absurdas, cuyas otras marcas son los diálogos con frases cortas y esos finales de historieta que fue su lectura nutriente en la juventud “¿Los herederos? Quizás podríamos pensar en Eduardo Sacheri, Claudia Piñeiro, Sergio Olguín y Hernán Casciari, con la diferencia de que ninguno de ellos aspira a ser canónico como Soriano”, dice la periodista Hinde Pomeraniec, docente en los años 90 y responsable del ciclo de encuentros en la UBA.
El periodista Ángel Berlanga, compilador de su obra periodística y biógrafo de Soriano, observa que “no es fácil dar con un autor que fusione el humor y la ironía con la política; el policial con el cómic y el cine; la historia argentina con el fútbol, con una voz propia, con un estilo tan identificatorio”.
Para el escritor Juan Forn, joven e influyente editor en los años 90, uno de los autores que hoy transita por las huellas de Soriano es Leonardo Oyola. El autor de la novela Kriptonita, llevada al cine por Nicanor Loreti, lo toma como “un piropo” y desde lo literario siente a Soriano “como si fuera un gran amigo”.
El estilo sencillo de su escritura, como si se tratara de una charla de café, las polémicas sobre el escritor popular/escritor populista -en gran parte alimentadas por él mismo-, y una obra cargada de obsesiones personales, gatos, cábalas, guiños cómplices con sus lectores conforman ese todo que en vida fue Soriano. El novelista que no se dejaba ver de día se mostraba iluminado por sus personajes. En los más oscuros, débiles y fracasados, nunca en los galanes y campeones. Ese es el rincón del cuadrilátero que eligió Soriano y dónde encontrarlo.
Un indiscutido en discusiones A estas alturas, la controversia de si el autor fue ninguneado en las aulas de Filosofía y Letras es cosa del pasado. Según el escritor Martín Kohan “alguien ubicó la novela Cuarteles de invierno entre el realismo y la cultura popular”. En su momento, Beatriz Sarlo subrayó que el horizonte de referencia en su obra “no era el de la cultura popular, sino el de la cultura de masas”.
En el plano futbolístico, terreno en el que el “Gordo” dirimía sus cuestiones, sería como decidir quiénes juegan en el equipo y quiénes quedan afuera. Una especie de seleccionado de escritores de todos los tiempos, donde siempre habrá lugar para la disconformidad de un sector y los debates.
Si el hombre que alimentó su literatura de fútbol, peronismo, humor, soledad, fracasos y los avatares de su padre integra o no el canon literario argentino es un deb ate para el futuro. Tal vez los académicos que deciden el canon no sean los mismos de hace dos décadas y Soriano se calce, como describió Hinde Pomeraniec, “la camiseta número 9 de una hipotética selección de la literatura argentina”, en la que según Soriano, “Bioy Casares era el número 10”.
Cuando aún hay opiniones dispares entre los que celebran su obra como metáfora de la realidad argentina en la imaginaria Colonia Vela y quienes lo critican por su simpleza narrativa y lo califican como previsible y efectista, lo innegable es el lugar de Osvaldo Soriano en la historia del periodismo y la literatura

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