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martes, 13 de enero de 2015

Michel Houellebecq

La coincidencia de la obra de Michel Houellebecq y la masacre parisina envenena a Europa y pone a un escritor en medio de la tensión multicultural.

por Damian Tabarovsky
Como un movimiento dialéctico, se abren dos ejes en la vida europea actual, y más aún, en la vida contemporánea de buena parte del hemisferio norte. Salman Rushdie, de un lado, refiriéndose al atentado contra la revista francesa Charlie Hebdo, declaró: “El totalitarismo religioso causó una mutación letal en el corazón del islam y hoy vemos las trágicas consecuencias en París”. De la revolución iraní de 1979 al atentado contra las Torres Gemelas en 2001, nuevos y más extremos integrismos en nombre del islam atraviesan la escena internacional, y ponen en riesgo los mejores valores occidentales. Del otro, en Europa se observa un marcado proceso de fractura social que se expresa, entre muchas situaciones, en un crecimiento de las extremas derechas xenófobas, y en un coqueteo con esas mismas ideas incluso en partidos de centro. El sentimiento anti-árabe y anti-musulmán -asociando todo lo musulmán con integrismo- es muy notorio. Frases y dichos racistas, marchas y protestas, que en otro momento hubieran llamado a la reflexión y al pudor, hoy son proferidas en voz alta o escritas en medios denominados “serios” sin ser ya consideradas racistas. La xenofobia es hoy parte de la vida “normal” europea.
En ese escenario, Francia es uno de los últimos países que todavía vive en la modernidad, y por lo tanto el libro como institución y la literatura como práctica mantienen aún cierto prestigio. De hecho, muchos presidentes o políticos notables se sienten en la obligación de escribir un libro importante. François Hollande, autor de libros sin interés con títulos como El sueño francés , no tiene ni el vuelo político ni la ambición intelectual de su maestro François Mitterrand pero, presidente de Francia al fin, debe opinar sobre literatura. Acerca de Soumission (Sumisión) de Michel Houellebecq, publicado en Francia el día del atentado, dijo: “Voy a leer el libro de Houellebecq porque generó un debate”. Y a la vez, llamó a los franceses a “no ceder a la angustia”. ¿A qué angustia?
La que recorre Francia, en un crescendo imparable, desde hace al menos casi tres décadas en torno a la cuestión de la propia identidad francesa. Una pregunta que parecía resuelta desde el origen de los tiempos -la pregunta sobre qué es un francés- reaparece de golpe hoy bajo el modo del racismo, el miedo, la xenofobia, la crisis de la cultura letrada, la desocupación, la fractura social, el crecimiento casi presidencial del Frente Nacional de Marine Le Pen, la desaparición de una izquierda realmente progresista, la deriva populista de la derecha llamada republicana, la falta de esperanzas, el fracaso de una Europa social, el rechazo a los inmigrantes, la expulsión arbitraria de los roms, la debacle de los suburbios, los bombardeos preventivos y no tanto en Medio Oriente y el temor al islam. La pena o el miedo alcanzaron a nuestro autor. Un día después del atentado suspendió la promoción de su novela y partió de París, “afectado por la muerte de su amigo Bernard Maris en la masacre”, según informó su agente literario, François Samuelson.
Houellebecq desenvuelve ese espeso imaginario desde hace años. En 2001, poco antes de los ataques a las Torres Gemelas, publicó Plataforma , en la cual los protagonistas abren un local de turismo sexual en Tailandia antes de ser asesinados en una masacre por hombres de turbante. En una entrevista sobre ese libro, el autor describió el islam como “la religión más estúpida”, por lo cual debió enfrentar querellas por incitación a la violencia, luego desestimadas, por parte de grupos musulmanes franceses. El caso motivó que el entonces presidente Jacques Chirac subrayara que “a veces deberíamos darles un chirlo en la cola a estos intelectuales”. Pero el viernes pasado, ante la revista The Paris Review y en plena promoción de su obra, se dijo cercano a la religiosidad, debido a la muerte de su padre y su perro, y respaldó la creación de un partido musulmán.
Sumisión puede leerse como la novela de todos esos miedos.
Narra la toma del poder en Francia por un partido islámico. Ambientada en 2022, enlaza los avatares de François, profesor en la Sorbona, soltero, alcohólico, en busca de mujeres sumisas, que se convierte al islam. Los partidos republicanos (el PS y la derecha tradicional) se alían para evitar el triunfo del Frente Nacional, de extrema derecha, y con eso permiten la victoria de la Fraternidad Musulmana. De inmediato el nuevo gobierno coloca la religión -el islam- en el centro de la vida francesa, y consagra a las mujeres a la vida familiar, antes que a la laboral.
La trama disparó un escándalo en las últimas semanas, incluso antes de que saliera el libro. Filtraciones en Internet -nunca sabremos si son actos piratas u operaciones de las grandes editoriales- generaron que antes de que llegara a las librerías, ya fuera tema obligado en los medios y entre opinólogos de todo pelaje. La discusión se centró en dos puntos, que van juntos: saber si el libro le hace el juego a la extrema derecha, que por primera vez tiene chances de gobernar Francia, o en su defecto, de ser el partido político alrededor del que gire la política gala (obligando a todos los partidos a aliarse en contra suya), y a la vez, saber de qué manera la novela instiga la islamofobia en la Francia actual.
Libération, el diario de centro-izquierda –desde hace años en crisis económica e ideológica– le dedicó la tapa y un dossier de siete páginas. Philippe Lançon, uno de los últimos críticos interesantes que aún quedan en Francia, escribió un largo artículo que, aunque matizado, valora positivamente el libro: “Es una novela más bien cómica, como siempre en Houellebecq, pero más de lo habitual(…) abierta a todos los vientos de la angustia francesa contemporánea”. Lançon remarca el párrafo que Houellebecq le dedica a Hollande: “A la salida de dos quinquenios calamitosos, debiendo su reelección sólo a la miserable estrategia consistente en favorecer el ascenso del Frente Nacional, el presidente saliente había prácticamente renunciado a expresarse públicamente, y la mayor parte de los medios se habían incluso olvidado de su existencia. Cuando en la escalinata del Palacio del Elíseo, frente a una decena de periodistas presentes, se presentó como ‘la última muralla del orden republicano’, hubo algunas risas, breves, pero muy evidentes”. Debemos recordar que en 1981, año del triunfo electoral de Mitterrand, es decir, del Partido Socialista, el Frente Nacional no llegaba al 3% y Jean-Marie Le Pen, padre de su líder actual, era un personaje desconocido y bizarro. El socialismo, usando toda la maquinaria de los medios oficiales (¡ay!, en todos lados se cuecen habas), casi como un divertimento, infló a Le Pen para hacerle daño a la derecha republicana. La bola de nieve no se detuvo. Hoy, no en 2022 sino en 2015, a dos años de las próximas elecciones, Hollande intenta hacer el mismo truco para su reelección y liderar el “Todos contra Marine Le Pen”. Es tarde, la historia se repite como catástrofe.
Volviendo al dossier del diario Libération, Daniel Schneidermann –quien desde Le Monde en los 90 llevó adelante una extraordinaria columna diaria de crítica a los grandes medios– se pregunta qué pasaría si la novela no hubiera sido escrita por Houellebecq, como modo de dar en la tecla del género con que flirtea Sumisión , al que se podría llamar “¿Qué pasaría si…?” ¿Qué pasaría si en Francia ganara un partido islámico? Como varias de las novelas de Houellebecq, Sumisión puede leerse como un texto de ciencia ficción sociológico. Casi como un procedimiento experimental. Todo ocurre como si la novela se preguntara: si le pongo un poco de racismo y miedo, que se monte sobre el existente racismo y miedo al islam, ¿qué da? Y si pongo un personaje racistón y misógino que se convierte al islam, ¿qué da? Y si le hago el juego al Frente Nacional, ¿qué da? Los resultados de estos experimentos no son muy sutiles, son más bien elementales. La literatura de Houellebecq no es especialmente sofisticada, no produce nunca novedad. Pero sí efecto. A golpes de efectos, pues, se instala una obra que amerita ser pensada no por su interés literario, sino por sus consecuencias sociológicas.
En su nota de Libération, Philippe Lançon define a Houellebecq como “un dandi de gran porte”. Es una descripción arriesgada, pero podríamos matizarla deteniéndonos en un aspecto crucial de Sumisión : que su protagonista sea un profesor de la Sorbona especialista en J-K Huysmans. Autor de A rebours (traducida en castellano, según la edición, como A contrapelo, o Contra natura, o Al revés) verdadera obra maestra de fines del siglo XIX, Huysmans es uno de los más agudos escritores franceses asociados al decadentismo.
A rebours narra la historia de una especie de anti-héroe, excéntrico, antisocial y que odia a la burguesía y el utilitarismo. Varios de los rasgos que identifican al propio Houellebecq. Porque si tuviéramos que ir un paso más allá en su caracterización política, podríamos incluirlo en la larga tradición del anarquismo de derecha, sólo que algo degradada en clave posmoderna y mediática, aunque no ajena a un nuevo ideal decadentista. El enemigo de Houellebecq es el progresismo heredero del Mayo del 68.
Su generación –como la de los 70 entre nosotros– detenta hoy el poder político, mediático y cultural en Francia, y hace de su conservadurismo, de la resignación y el posibilismo, su pan cotidiano. Nada de lo que fue el Mayo del 68 perdura en Francia. Por eso, más allá de los logros narrativos que muchos aprecian –su debut con Ampliación del campo de batalla en 1994 y el éxito de Las partículas elementales cuatro años después entre otros–, que le valieron el premio Goncourt en 2010, el gesto actual de Houellebecq tiene algo de hueco, de fácil y cómodo. El pelea con un enemigo muerto, con las “momias progresistas mortuorias”, como escribe en Sumisión .
Entrevistado en el noticiero central de las 20 del canal France 2, ante la pregunta por si su libro puede producir efectos socio-políticos, y en especial favorecer al Frente Nacional, Houellebecq respondió: “Es sólo una novela. Una novela no puede cambiar el mundo, como sí lo hizo el Manifiesto Comunista . En todo caso, es un síntoma de lo que ocurre hoy”.
Sumisión como síntoma de la tensión social y el declive francés, Houellebecq como síntoma de un modo de funcionamiento del mercado literario.
El segundo aspecto sobre el que se centró la discusión es la posibilidad de que la novela agrave aún más el clima de temor al islam, y más acotadamente, al mundo árabe (el islam es mucho más extenso que el mundo árabe). El término islamofobia aparece también mencionado en los artículos de Libération y de otros medios que se ocuparon del libro. Es una categoría muy en boga en cierta tradición de la ciencia política europea, sobre la que también se puede tener una mirada con reservas: equiparar toda crítica a los usos políticos-militares del islam con una “fobia”, es decir, con un rasgo “patológico”, atempera el alcance interpretativo de la categoría, porque licúa la dimensión política y cultural del conflicto. Porque hay conflicto.
Hay conflicto irresuelto –y en ascenso– en una Francia “republicana” que no logra pensar la idea de diferencia. Hay conflicto en los suburbios, en las escuelas públicas, en la vida cotidiana. Hay conflicto con los inmigrantes, pero también con los franceses de origen árabe o de creencia musulmana, muchos de ellos de segunda o incluso tercera generación nacida en Francia. En un pasaje de Heidegger y ‘los judíos’ , notable libro sobre el que habría que volver asiduamente, Jean François Lyotard escribe: “lo más real de los judíos es que Europa no sabe qué hacer con ellos: cristiana, exige su conversión; monárquica, los expulsa; republicana, los integra; nazi, los extermina”. De nuevo, Francia –y Europa en general– tampoco parece saber qué hacer con sus minorías no cristianas, ahora en clave árabe o musulmana. Y si agregamos “Europa” a “Francia”, es porque el sentimiento anti-árabe y anti-musulmán recorre todo el viejo continente. Recorre las relaciones internacionales que impiden que Turquía ingrese a la Unión Europea, dejando caer al presidente turco Erdogan en un creciente dogmatismo religioso, en lugar de integrarlo y acompañarlo en una política moderada; recorre la política militar europea aliada con el peor Bush y carente de una mirada propia sobre el tema, recorre la crisis económica europea que sólo avanza de ajuste en ajuste, en especial contra los países más pobres de la UE.
Maestro del resentimiento, Houellebecq surfea sobre toda esa descomposición social. Tarde o temprano, la tabla de surf le pasará por encima. Mientras tanto, en un pasaje deSumisión , escribe: “La idea que se expandió entre los círculos de extrema derecha es que cuando los musulmanes lleguen al poder, los cristianos serán disminuidos al estatus dedhimmis , de ciudadanos de segunda (…) ¿Y los judíos? Se me escapó ese tema, no me di cuenta de preguntar”. Y en otro párrafo, agrega: “En lo que respecta a la restauración de la familia, de la moral tradicional, e implícitamente del patriarcado, un boulevard se abría ante él, que la derecha no podía tomar, ni menos aún el Frente Nacional, a riesgo de ser tratados de reaccionarios, incluso de fascistas, por los últimos herederos del 68, momias progresistas, sociológicamente extintos, pero refugiados en ciudadelas mediáticas desde donde lanzan comentarios sobre la desdicha de nuestro tiempo, y el ambiente nauseabundo que recorre el país”.
Cuando el miércoles la promoción estaba a punto de caramelo para el lanzamiento del libro, ocurrió el atentado contra la revista Charlie Hebdo, a cargo de un comando de tres al grito de “Alá es grande”.
Charlie Hebdo encarna parte de la mejor tradición francesa y por lo tanto occidental: inteligencia e ironía, humanismo crítico, espíritu anticonformista, valores anarquistas. No fue un atentado contra el periodismo, como se escuchó decir: Charlie Hebdo ha sido radicalmente crítico con lo que se entiende hoy por periodismo, los conglomerados económicos y grupos de presión política. Fue un atentado contra la tradición contracultural europea, contra el sentimiento de emancipación que viene detrás de esa tradición. No fue un atentado contra el poder sino contra la libertad. El propio Salman Rushdie, actor central en la historia contemporánea de la violencia integrista, pidió “defender el arte de la sátira”. Es una hermosa definición: la sátira, la ironía, forma parte de la mejor tradición occidental, la que encarna el pensamiento crítico.
A fines de 1989, apareció una pintada en la Rue de Passy, en París. Decía: “En el 2000 Francia será musulmana”. Al día siguiente, la pintada fue tachada. El atentado a Charlie Hebdo marca el triunfo de los extremistas integristas de un lado, que seguramente beneficiarán a los extremistas integristas del otro. Se avecinan tiempos aún más oscuros sobre Europa, mucho más de lo que cualquier promoción de marketing literario puede imaginar.
D. Tabarovsky se graduó en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, de París. Es autor de ensayos y novelas, entre ellas Una belleza vulgar ; es editor de Mardulce.

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