ADVERTENCIAS A MÍ MISMO

En el centenario del nacimiento de Norman Mailer

viernes, 13 de junio de 2014

JORGE SEMPRUN Un artículo para el debate



MADRID, España, julio, www.cubanet.otg -Jorge Semprún ha recibido una salva casi unánime de panegíricos con motivo de su reciente fallecimiento el pasado 7 de junio. Los comentarios de corte hagiográfico van desde quien lo considera “un gran hombre” hasta quien lo proclama como el máximo exponente de “la conciencia de Europa”.
Muy pocos se han atrevido a señalar una grave acusación que pesa sobre el autor de El largo viaje y lo vincula a los crímenes contra la humanidad durante el capítulo más negro de la historia contemporánea. Entre otros, su propio hermano Carlos Semprún Maura, que fue también luchador antifranquista y militante comunista hasta evolucionar hacia posiciones liberales, lo acusó sin rodeos de haber sido kapo de los nazis en su etapa de prisionero en el campo de concentración de Buchenwald.
En su segundo libro de memorias, A orillas del Sena, un español…, su hermano Carlos se refiere a Jorge Semprún Maura como “el único kapo conocido, o sea con éxito de ventas, que ha escrito sus memorias de deportado”. Y se extraña irónicamente de que, pese al aspecto saludable que presentaba Jorge Semprún tras su liberación del campo de concentración, “nadie hizo la menor mención, ni sacó conclusiones, sobre la diferencia que existía entre su pinta y la pinta cadavérica de otros deportados”.
Otro pariente suyo, el periodista Ramón Pérez-Maura, corrobora asimismo que Semprún sirvió de “kapo rojo” en Buchenwald. ¿Será un ajuste de cuentas, una vendetta por puro cainismo de la parentela rencorosa, o es un hecho real y verificable? Ciertamente existen testigos directos, sin vínculo familiar, que recuerdan a Jorge Semprún como kapo en dicho campo de concentración. Uno de ellos, Stéphane Hessel, ha cobrado renovada actualidad por ser el autor de Indignaos, el libro que sirvió de inspiración al movimiento de los “indignados” del 15-M en España. En su testimonio, citado por Juan Pedro Quiñonero, Hessel asegura que los comunistas, incluyendo a Jorge Semprún, asumieron la gestión del campo de concentración de Buchenwald.
La acusación no puede ser más dura y moralmente invalidante, ya que que kapo (acrónimo del alemán kameraden polizei) era el prisionero que desempeñaba cargos administrativos en el campo de concentración y, a cambio de ciertos privilegios como preso de confianza, se prestaba al trabajo sucio y en ocasiones brutal contra sus propios compañeros. Jorge Semprún, si bien no aceptaba la inculpación de kapo, tampoco la negaba rotundamente. Permaneció impasible, atrincherado tras el apoyo incondicional de toda la progresía. A pesar de los testimonios sobre los kapos rojos aportados por los sobrevivientes de la barbarie nazi, no se encontrará en su obra, que gira casi toda en torno a su experiencia como deportado en Buchenwald, la menor referencia al papel de los prisioneros comunistas como colaboradores de los nazis en los campos de concentración.
Uno desearía al menos comprender al joven Semprún, un “terrorista” contra los alemanes ocupantes, como él mismo se calificara, pero al fin y al cabo un muchacho de apenas veinte años cuando fue capturado por la Gestapo y colocado frente al dilema moral más difícil de su vida. Vivió más que suficiente para pedir perdón o tan siquiera explicar que su única opción como militante era cumplir las órdenes del PCF. Mas no lo hizo. No tuvo la entereza de compartir sus terribles verdades con los lectores, a no ser al final de su vida y solo mediante vaguedades metafísicas sobre “el mal en estado puro” que afirmó haber conocido en el campo de concentración, según nos cuenta Franziska Augstein en la última biografía de Jorge Semprún, publicada el año pasado en su versión al español.
A pesar del tono más bien tolerante de la biografía, una obra voluminosa fruto de innumerables horas de conversación con el biografiado, Augstein no cae en la burda hagiografía ni escamotea el dato biográfico más controversial. En su calidad de biógrafa autorizada nos confirma que Semprún, el preso 44904, actuó como kapo de los nazis al aceptar la innoble tarea de enviar a la muerte a muchos –tal vez centenares– de los prisioneros del campo de concentración:
…Le asignaron un puesto en la oficina de Estadística Laboral (Arbeitsstatistik). Oficialmente su tarea consistía en gestionar el fichero de prisioneros del campo y confeccionar las listas para los destacamentos que trabajaban fuera del campo. Semprún manipulaba muchas de estas listas a escondidas: la dirección clandestina del campo, en un intento de salvar a camaradas y a otros resistentes de confianza, apuntaba a desconocidos a los durísimos y mortalmente peligrosos comandos de trabajo.
La línea del Partido era tan clara como tenebrosa. Los estalinistas aceptaron de los nazis la gestión del campo de concentración de Buchenwald con el objetivo de sobrevivir. Su coartada, cínica y oportunista a la vez que criminal, era la supuesta misión de preservarse para la historia que les correspondía como vanguardia del proletariado. Ellos eran los elegidos, los que no debían morir, de ahí que seleccionaran a reclusos no comunistas entre sus compañeros para redirigirlos a campos de trabajo forzado de los cuales no se regresaba. Así de simple y de trágico.
La cuestión de los kapos comprometía demasiado a los dirigentes comunistas, a tal punto que desde la posguerra se volvió un tema tabú. Con el fin de falsificar esa página de la historia, el Partido no vaciló en censurar cualquier amago de crítica en ese sentido, aplicando fuertes sanciones a los militantes que osaran transgredir la norma. Al escritor Robert Antelme, quien sí volvió del campo de concentración con la salud seriamente quebrantada, se le ocurrió expresarle a su amigo Jorge Semprún las reservas que tenía sobre la conducta poco ética de los comunistas en Buchenwald, y pagó el precio de su franqueza. Antelme asegura que Semprún lo denunció inmediatamente a la dirección del PCF y que ello le valió su expulsión del Partido. Por otro lado, la escritora Marguerite Duras, esposa de Antelme y también comunista activa en la Resistencia francesa, se refería a Semprún como el chivato que denunció ante la dirección del PCF a casi todos los miembros de la célula en la rue Saint Benoit, entre los cuales figuraba ella misma.
Jorge Semprún fue un estalinista de mano dura, un camarada culto, políglota y encantador que ascendió en 1956 al Buró Político del PCE no precisamente por su gracia y simpatía. Como comisario cultural, entre otras cosas, se le acusa de persecución ideológica contra Carmen Laforet, la autora de Nada, ganadora del Premio Nadal 1944. La novela, que retrata la miseria y grisura bajo el franquismo de posguerra, fue vetada no por Franco, sino por Semprún, a tal punto que no se vino a publicar en Francia sino después de la muerte de la escritora. Su enorme influencia en los medios editoriales franceses logró, 50 años después del hecho, que la Gallimard censurase el pasaje de una biografía de Marguerite Duras en que, según el escritor y periodista Quiñonero, se contaba la delación de Jorge Semprún dirigida al Politburó del PCF contra ella y su esposo Robert Antelme.
No se trata de simples errores de juventud, sino de bajezas incalificables que no se neutralizan recurriendo al heroico antifranquismo de un Semprún clandestino bajo el seudónimo de Federico Sánchez. La leyenda de “el hombre más buscado en España” podrá resultar fascinante como guion de una película, pero debe ser matizada y puesta en su justo sitio. Semprún expuso su vida durante nueve años en la lucha clandestina contra la dictadura franquista, cierto, pero solo con el objetivo de implantar otra mucho peor, la dictadura del proletariado, un eufemismo cuyo trágico significado no escapa a ningún cubano de hoy.
Después de veinte años de practicar el estalinismo puro y duro, Semprún se sintió atraído por la novedad del eurocomunismo. De repente se dio cuenta, junto al ideólogo Fernando Claudín, de todos los desmanes del comunismo al estilo soviético, de los cuales había sido en cierta medida corresponsable. Los dos sufrieron un ataque de lucidez retrospectiva y fueron expulsados del PCE en 1964 por las diferencias crecientes con su jefe Santiago Carrillo, el carnicero de Paracuellos del Jarama. Ambos, como tantos otros rojos radicales, se reciclaron en el entorno político-cultural del PSOE, al amparo de Felipe González, quien los premió con importantes cargos institucionales.
Debe añadirse, en justicia, que los cubanos debemos reconocerle a Jorge Semprún algunos gestos y declaraciones contrarias al castrismo en momentos en que ningún progre osaba tocar la figura del dictador cubano ni con el consabido pétalo. Eso se le agradece, desde luego, pero no es razón suficiente para canonizarlo como el santón supremo de la progresía. Haber sido un kapo de las SS que decidía sobre la vida y la muerte de sus compañeros en el campo de concentración, y después, durante años, un estalinista implacable que ejercía inquisitorialmente como comisario cultural, no son precisamente méritos en el historial de nadie. Es una vileza imperdonable, incluso punible, que no admite maquillajes del currículum, máxime si jamás se oyó al respecto una mínima frase de perdón o arrepentimiento. No importa que el personaje se llame Jorge Semprún y exhiba el más brillante palmarés como intelectual y escritor. Sigue siendo la misma infamia.
ARTÍCULO RELACIONADO:
Jorge Semprún, un gran hombre

No hay comentarios:

Publicar un comentario